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BUENOS AIRES
Ubicada en un emblemático edificio de Alejandro Bustillo en el corazon de CABA, se encuentra nuestra segunda casa y sede oficial de la galería desde 2022. Es un espacio que permite una experiencia intima con las obras, física. Es una galeria boutique, una joya por descubrir en un cuarto piso con vista a un jardín secreto.
Dirección: Lavalle 1447 4to 10. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Horarios de visita:
Lunes a viernes de 15 a 19 hs.
Reservas: +54 11 60520022
EXHIBICIÓN TEMPORAL
“HAPPY HOUSE”
PABLO PEISINO
Lo blando es lo que no se quiebra
Como tampoco se quiebra la felicidad, ya que perdería su sustrato.
Sería un oxímiron, o como quien dice, una contradictio in terminis.
¿La felicidad es blanda?¿Cómo saberlo?
Pues tocándola. Pues bien, sí: un arte háptico. O sea, toda ganancia para el tacto.
Tocar los colores, sentir las formas.
¿Una obra suave? Eso tendríamos que revisarlo.
Demos contexto: Fatland, traducida habitualmente como Planilandia, -con un subtítulo que reza.
Una novela de muchas dimensiones- es un sorprendente experimento narrativo con lejanos aires de fábula, cuya publicación original data de 1884 y su autor tiene un nombre que parece extrapolado de una página de Alicia en el País de las Maravillas: Edwin Abbott Abbott (siendo su
seudónimo A Square: Cuadrado A).
Ya sabemos, lo plano es una condición. No solo táctil, tambien visual. Pablo Peisino parece contestarle, en pleno diálogo intergeneracional (delay mediante): “lo blando también es una condición; pero muchísimo más sensual”.
Algo similar sucede en Happy House (atiéndase: escribí EN, no CON).
Cuando nos queremos dar cuenta, ya estamos dentro. Y no es una sensación: es otra constatación.
Descartemos la sinestecia: nadie está confundido en esta aventura. No hay revoltijo de sentidos, sino una deliciosa planicación. Algún despistado podría sugerir la serendípica maldición de una suerte de Rey Midas de las telas: todo lo que toca, en género lo convierte. Pero no.
Veámoslo de esta otra forma: hay quien dice haber visto al mismísimo William Burroughs realizando algunos de sus cut-up con moldes contemporáneos a aquellos de revistas como Burda o Temporada. ¿Y quién podría discutirle el magisterio táctico al autor de The Soft Machine? ¿O no
fue él quien, citando a Brion Gysin dejó en claro: la escritura lleva 50 años de retraso con respecto a la escritura? Si recuerdan, lo justicaba así: “el pintor puede tocar y manipular sus materiales y el escritor no.(...) Estas técnicas pueden mostrar al escritor lo que las palabras son y ponerlo en comunicación táctil con sus materiales”. Burroughs utiliza una atractiva paráfrasis asertiva y antiescópica: “se mira y se toca”. En tiempo de multiavasallamiento digital, mientras llevamos pantallas en los bolsillos ¿qué más sexy que un avance hacia otras condiciones sensoriales de la blanditud?
¿O acaso, bombardeados con tanto píxel abstracto, adolescentes y adultos no necesitamos de novísimos objetos transicionales que nos propongan una tregua a tanta ansiedad? Un conjunto de texturas suaves, y esa conexión emocional que crean, activan sensaciones tan
cercanas a un abrazo que actúa sobre el incremento de la imaginación emocional y la autoestima. ¿no?
Pues bien, nuestro artista viene extendiendo la blanditud en un inventario, no sólo disponiendo su eje en una biblioteca autobiográca -Bukowski, Artaud, Bolaño, Kerouac, Philip Dick, Hunter Thompson, Borges, Poe, Henry Miller, Anaïs Nin, Rosario Bléfari, Tim Burton, Verne, Houellebecq,
Pizarnik, Kafka y el eterno ubicuo William Lee alias Burroughs- sino que expande su mundo-hogar
en múltiples direcciones, no carente de detalles inquietantes: tortas de cumpleaños, cuchillas, cafeteras y posillos, cactus de todo tipo, un reloj cucú que jubila al de Carlos Paz, plantas y calaveras, radiograbadoras y cassettes, bombas molotov, sartenes y huevos, sillas, sifones, regaderas, llaveros, almanaques y un check list que bien podrían ser versos de William Carlos Williams, Darío Cantón o Ricardo Carreira. Tomen nota.
Y todo esto al resguardo de la más emblemática de las construcciones; una obra denitiva:
THE SOFT MULTI-COLORED LITTLE HOUSE
Pero ¿qué es Happy House? ¿Sólo la casa? ¿La casa y todo lo que contiene?
No hace falta googlear para darse cuenta que Happy House alude al Universo: nos encontramos con centenares de objetos y proyectos registrados o anotados bajo estas dos palabras. No podía ser menos. Una casa que es todas las casas. Aquellas, éstas y todas las que vendrán. Incluso las
que no. Pero no sólo. Hete aquí uno de los secretos mejor guardados (una llave maestra de dos extremos): si hubo inspiración, se debe a las dos semillas mágicas colaboración determinante entre el artista y su retoño-. Primero: la tan impactante Don't Hug Me I'm Scared, serie surrealista británica concebida por Becky Sloan, Joe Pelling y Baker Terry (seis episodios entre el 2011 y el 2016), que cuenta las andanzas de Yellow Guy, Duck y Red Guy -una suerte de Plaza Sésamo con ideas y guión de Hannibal Lecter-; y (segundo) el gran single Happy House, de Siouxie and The Banshees, editado en su álbum Kaleidocope, de 1980, cuya estrofa conclusiva dice así:
Esta es la casa feliz
Somos felices aquí, en la casa feliz
Para olvidarnos
y ngir que todo está bien
y no hay inerno
Somos felices aquí, en la casa feliz
Para olvidarnos
y ngir que todo está bien
y no hay inerno
Feliz primavera.
Como supo declamar Charles Mason:
Mírame y verás a un tonto,
mírame y verás a un dios,
mírame jamente y te verás a ti mismo
mírame y verás a un dios,
mírame jamente y te verás a ti mismo
Sean muy bienvenidos a Happy House
Rafael Cippolini, octubre 2025
EXHIBICIÓN TEMPORAL
“GRÜTLY NORTE”
MALCON D’STEFANO
The White Lodge en conjunto con la galería INTEMPERIE.
Chicas del pueblo
Seguir de cerca los movimientos de la obra de un artista es sumergirse en el viaje de su vida también. Hace diez años que acompaño, con la mirada, el cuerpo o los pensamientos, el trabajo de Toti D´Stefano.
Lo primero que me compartió, allá por el 2015, fue el registro de una acción en la que recorría un pueblo con un acoplado enganchado a su auto. Circulaba casi en soledad por las pocas manzanas de Grutly juntando objetos y materiales diversos con los que iba construyendo “una casita” sobre el trailer. Un poco como juego, y otro tanto como inquietud artística, allí se manifestó una bisagra en su ser y en su hacer.
Esta pequeña localidad del departamento Las Colonias, en la provincia de Santa Fe, fue testigo del nacimiento de su madre, de su posterior inserción en la vida laboral como maestra en una escuela primaria, y de la infancia y adolescencia de su hijo, quien años más tarde encontró allí una usina sensible de materialidades, recuerdos, historias y fantasías con las que modeló su identidad como artista.
Grutly norte es el título de la tercera exposición individual de Toti y último relato, a modo de precuela, de una historia que comenzó a desplegarse en Un rezo en cada palabra (2022) y en El pecado inocente (2023).
Cuenta el artista que los avatares vecinales hicieron de Grutly un terreno fértil para que germinen emplazamientos escultóricos como mensajes encriptados entre los habitantes. Cinco homenajes a las madres se alzan en distintos puntos: en la plaza, en la escuela, en la avenida principal, en la comisaría y hasta en una vereda. Madres solitarias con sus hijxs dispersas en esa infinita llanura gringa. En su primera obra instalativa Toti copió cada uno de estos bustos conmemorativos y los reunió en círculo, armó una ronda de madres acompañándose (otra ronda más de las madres), un gesto que después continuaría: el de generar agrupamientos colectivos con figuras femeninas solitarias.
El pueblo, la ruralidad, la madre, la maestra, la escuela, el horizonte, los homenajes, son evocaciones insoslayables en cada uno de sus trabajos y en esta muestra Toti se lanza al juego de imaginar quiénes fueron esas cinco mujeres estatuadas, hechas de cemento y piedra, cuando eran niñas.
En esta exposición podemos verlas montando de manera colectiva un caballo que corre furibundo en un sembradío de girasoles. Nenas con trenzas al viento que no siguen caminos y se sumergen juntas en la aventura rebelde de meterse campo adentro. Huida, fuga, ataque, paseo, quién sabe… pero sí podemos afirmar que son mujeres que decidieron ir juntas hacia algún destino. En otro dibujo aparecen las cinco, vestidas con guardapolvos, flameando al viento como banderas en el patio de una escuela rural, unas sostenidas del mástil y otras sujetas entre ellas para no salir volando y quedar así huérfanas de la madre patria.
También se presentan retratadas individualmente cargando con sus cuerpos escolares e infantes enormes animales de campo. Vacas, terneros, caballos u ovejas son soportados en sus espaldas mientras corren en una fuga despavorida, con el peso de esa ruralidad a cuestas, ayudadas por la fuerza motora de sus aliados perrunos.
Cintia Clara Romero
“Cuando la naturaleza se vuelve naturaleza productiva, bello solo puede ser un paisaje transformado por
la fuerza del trabajo”1
Malcon D’Stefano, o Toti a secas como preferimos llamarlo los amigos, ilustra con esta exposición un pequeño y sentido homenaje al pueblo de su infancia. Cuna de su educación
sentimental, germen de sus procedimientos estéticos e inspiración fundacional de su oficio de
“Cuando la naturaleza se vuelve naturaleza productiva, bello solo puede ser un paisaje transformado por
la fuerza del trabajo”1
copista, Grütly Norte es un paraje de la cuenca lechera santafesina olvidado por Dios, pero sobre todo por la política de liquidación final del trazado del ferrocarril durante el menemato. Algunos pocos pobladores y una fe sostenida en los lazos interfamiliares prometen su continuidad en el
tiempo, negando la presencia azuzadora de la noche y sembrando de vitalidad a esa llanura fantasmática e ingobernable que es la pampa argentina.
En forma de dibujos, tallas y una escultura central, Toti nos regala una canción sobre la memoria histórica de su comunidad, sus elementos constitutivos identitarios, la inmensidad de la línea del horizonte y, en especial, sobre sus instituciones rectoras. Un canto de advocación a un
cuerpo de mujeres que difuminan sus roles predeterminados para ser al mismo tiempo docentes, madres, compañeras y alumnas. Figuras que abrevan en superheroínas y que, según el relato del propio artista, ilustran en célebres estatuas no sólo las plazas de la zona sino también el patio de la escuela multinivel que da vida cívica al pueblo.
En los albores de la organización nacional bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, y ante el diseño programático de un estado que buscaba poblar con mano de obra barata el desierto productivo de nuestro suelo a través de fuertes oleadas migratorias, un conjunto de maestras venidas de Estados Unidos arribó a la Argentina bajo el paraguas de Sarmiento. El plan era simple pero efectivo: había que construir a la máxima velocidad posible un ejército de docentes que diagramaran un sistema educativo patrio. A esa labor vinieron las catedráticas foráneas. Bajo el
dominio estricto de la narrativa unitaria vencedora, edificaron un modelo pedagógico que ante todo instituyera un sentimiento de nación, una identidad transmisible interfamiliar que sirviera de educación de flujos. De la maestra a sus alumnos y de los hijos a sus padres analfabetos. Si en los papeles para la clase dirigente gobernar era poblar, la escuela funcionaba entonces como
la dependencia administrativa donde se aprehendía la patria, la unidad mínima y fundacional del civismo, una porción del gobierno en tu mano. La milicia patriótica y la estrategia de penetración del estado en el vasto territorio nacional se edificó al calor de las escuelas construidas en cada pueblo, bajo la supervisión y el trabajo amoroso y desinteresado de esas maestras pioneras, modelo normalizador que aún aglutina la enseñanza en nuestro país.
Más acá en el tiempo, Toti D’Stefano reivindica el rol protagónico que esas maestras-madres tienen en la construcción de ciudadanía y al mismo tiempo elabora una velada crítica sobre el precarizado andamiaje de recursos y estructuras que recae sobre sus espaldas. A su cargo están
no sólo las propias obligaciones cotidianas en sus hogares, sino la defensa de su instinto de supervivencia. Con mínimos ingresos, en relaciones asimétricas ante la opulencia de las ciudades, pero con la gratitud de su comunidad, esas mujeres reivindican un mandato de
protección de esa casa común que es la escuela en la vida rural ante la cómoda desidia del estado y de los privados ante el abandono de sus instituciones.
1 RODRIGUEZ, Fermín A. (2010). Un desierto para la nación. La escritura del vacío. Editorial Eterna
Cadencia. Buenos Aires. Pág. 164.
Por último, algo a destacar es el borramiento que el artista propone de los límites entre las
generaciones etarias de las retratadas y el hecho de propulsar la difuminación de roles añade
color a un decidido elogio al género. Al no haber rastro del paso del tiempo ni delimitaciones
precisas sobre que estrato ocupa cada una de esas mujeres anónimas en la configuración social,
lo celebrado no es determinado por su apariencia sino por el peso de su papel histórico. Un
merecido homenaje a quienes sostienen, a veces hasta con su propio cuerpo, la historia de su
pueblo y el porvenir de su memoria.
Joaquín Barrera
no tiene gravedad
pero es fundamental
de origen.
Tengo un problema
que es una pregunta
ha sido investigada
respondida con algunas hipótesis y muchas demasiadas certezas inapelables. Las refuto. Refuto las respuestas
que de tan ciertas
parecen dogma.
Tengo un problema
humano.
Como cuando en el aula pregunto por el arte.
Cuando formulo la pregunta por el arte y afirmo que es ciertamente un problema. Una pregunta que no podremos responder. Y sin embargo nos empeñamos en seguir haciéndola.
Es una pregunta, como la mía
ha sido investigada y
como la mía
respondida con algunas hipótesis y muchas demasiadas certezas inapelables. Las refuto. Refuto las respuestas
que de tan ciertas
parecen dogma.
Tengo un problema.
no tiene gravedad
pero es fundamental
de origen.
Hijo querido.
Tengo un problema
que es una pregunta.
Por vos y por mí.
No tiene gravedad.
Es una promesa.
De origen.
Hijo querido querido
hijo hijo querido
hijo hijo hijito.
Lia Demichelis
Grütly Norte y las niñas índigoDos salas pintadas color “hoja de cuaderno Rivadavia”.
En la primera, 3 dibujos en papel de molde maruflados presentan escenas de la vida de un pueblo de cuentos, mitad imaginado, mitad documental. (Grutly Norte es de hecho el pueblo de origen de Malcolm D’stefano)
En la primera de las tres piezas, El viento siempre sabe qué hacer con las cenizas, un grupo de niñas flamean junto a una bandera argentina, en un monocromo pleno azul producto del papel carbónico ìndigo. Sobre una hoja entelada, que por momentos da la sensación de parecer cuero, las niñas apenas se sostienen. La fuerza del viento se evidencia en el vuelo alto de sus trenzas y en sus caras de pavor.
En Cuento con niebla, la fuerza del viento sigue presente pero esta vez por la velocidad del caballo, las niñas y sus trenzas siguen viaje montando un equino al que solo le vemos la sombra. (Veo los dibujos de Toti y pienso en el texto de José Vasconcelos “Caballos, velocidad” donde cuenta como la primera gran aceleración de la civilización se pudo dar gracias y sobre el lomo de un caballo).
En Campana de palo un grupo equino sostienen una escuela para trasladarla, historia o mito que Toti creyó escuchar en su infancia, pero de la que solo hay rastros en su memoria. Los caballos sostienen la escuela y a la vez son sostenidos por las niñas, que se afirman sobre pilares de libros apoyados en pupitres escolares. El peso de la escuela y de su arquitectura descansan en el lomo de estos totems que están a punto de venirse abajo, pero que por alguna magia que no conocemos mantienen su frágil equilibrio.
En la sala siguiente las 5 niñas, una en cada cuadro de la serie Es tan largo el olvido, corren atadas a perros en sus pies, montando “a caballito” animales de granja. Huyen de un terror que no comprendemos pero que me recuerda bastante al miedo que sentimos al soñar mientras escapamos de un mal desconocido (la destreza motriz de correr con animales atados a pies y espalda se vuelve imposible fuera de un mundo onírico). Corren como huyendo de un destino que las devorará.
Mis lágrimas no evitaran las tuyas y Su hiel y su miel son dos retablos de madera y hueso que sostienen imágenes virginales. Un rostro de mujer llora mientras que las otras manos femeninas rezan. Las piezas están realizadas con materia orgánica encontrada y traída del suelo de Grutly Norte.
Por último, al final de la exposición, encontramos la pieza central. La escultura/estatua de la mamá/maestra, que como una loba romana escolar se alza en el jardín de la escuela del pueblo que vio nacer al artista. La figura es sustraída a través de un proceso de copiado por calco que se repite como modus operandi en todas las piezas presentadas. Lo que antes era piedra se transforma en papel moldeado. La mamá/maestra representa la enseñanza, el cuidado, la paciencia y la piedad femenina.
Es entonces, Grutly Norte, una crónica ficcional inspirada en un pueblo homónimo de 20 habitantes que mantiene en su horizonte de fondo el paisaje de una argentina profunda, territorio solitario habitado por fantasmas e historias desparramadas por el viento.
Georgina Valdez Cristofani